domingo, 8 de mayo de 2016

ÁMBITOS DEL OBRAR HUMANO

LA ACCIÓN
1.    LA ESTRUCTURA DE LA ACCIÓN:

  A)   Persona y acción: La acción no se refiere a ningún dinamismo parcial, sino a la actividad de toda persona en cuanto tal, al desplegarse dinámico y unitario del hombre.
La acción es una necesidad porque no podemos no actuar porque la estructura del cuerpo es dinámica, la acción nos permite lograr nuestra plenitud, nuestros sueños, etc.
Las razones del actuar se multiplican tanto como los aspectos de la naturaleza humana con los que se puede comprender.

   B)   La dimensión objetiva y subjetiva del actuar.
Lo objetivo de la acción se refiere a la dimensión internacional de la libertad, al actuar buscamos nuestra propia plenitud atreves de algo que no se identifica exactamente con nosotros ya que somos nuestras acciones.
La acción queda objetiva en la tarea que hemos realizado.
Lo subjetivo nos habla que el sujeto ejerce la acción pero que al mismo tiempo es modificado por ella porque la acción nunca se separa de la persona.
La acción es intransitiva porque permanece en el sujeto, no es ni subjetiva ni objetiva, ni transitiva ni intransitiva, si no que posee simultáneamente las dos cualidades al igual que la libertad.
   C)   Unidad, complejidad e integración.
La unidad: es una acción de la persona en cuanto a tal. No actúa la inteligencia, la voluntad o los sentidos, si no la persona como seres unitarios e individuales.
Complejidad:  el hombre es un ser unitario pero al mismo tiempo complejo y por eso la acción también lo es. Requiere un empeño vital por parte del sujeto y requiere de la tarea de la integración.
Integración: la integración tiene a su vez dos dimensiones: la integración psicológica implica logros de una coordinación interna que permita al sujeto hacer lo que realmente desea y del modo que desea.
Integración moral  es necesaria para que la persona se estructure internamente de modo que le resulte fácil realizar buenas acciones.
    2.    EL ÁMBITO DEL OBRAR:
                 A)   LA TRIPARTICION CLÁSICA Y SUS LÍMITES.
 La tradición clásica divide la acción humana en tres grandes tipos: hacer, obrar y contemplar.
1)    Hacer  o producir:
Acciones que el sujeto realiza son acciones fundamentales, la acción sale del sujeto y modifica el mundo mediante la realización de un objetivo.
2)    Obrar moral:
Son las acciones de tipo ético, hacer obras buenas, tienen que ver los valores, la moral de cada persona y sus acciones.

3)    Contemplación:
Es la actividad propia del intelecto y la acción más  bella y ,as perfecta porque no busca nada fuera de sí.

B)   LAS MIL CARAS DE LA ACCIÓN HUMANA:
Todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo.                                        
 Tiempo para nacer y tiempo para morir, tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado, tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de llevar luto y de bailar………….….etc.

Cada uno de estos actos merece un estudio especifico que capte la esencia  que lo construye y que de razón al peso que tiene en la vida y en la historia de los hombre.LA  ACCIÓN 1.     LA ESTRUCTURA DE LA  ACCIÓN :   A)    Persona y acción:   La acción no se refiere a ningún dinamismo parcial, sino ...



EL LENGUAJE


Aristoteles lo considero como algo esencial para el ser humano el lenguaje es una actividad profundamente importante para el hombre también el lenguaje para la filosofía se dice que es muy importante si un tipo de lenguaje se cambia la manera de entender da un giro real.





DIFERENCIA ENTRE LENGUAJE ANIMAL Y LENGUAJE HUMANO



el lenguaje animal no se a podido tranajar ya que se hicieron muchos experimentos pero no funcionaron los chimpances fueron estudiados pero nada como el lenguaje humano es unico que nadie lo puede superar mas qu el humano. el humano.


EL TRABAJO

1.    APROXIMACIÓN HISTÓRICA A LA IDEA DE TRABAJO
Según  Juan Manuel Burgos en su quinta edición.

A)   El mundo Antiguo
El mundo antiguo (Mesopotamia, India, Egipto, Grecia, Roma) tenía una visión del trabajo radicalmente distinta de la que poseemos actualmente. En primer lugar, el concepto de trabajo en cuanto tal no existía y, el concepto más cercano el de actividad manual, era infravalorado y despreciado. Se consideraba una carga oprobiosa, una necesidad que imponía la naturaleza. Esta visión del trabajo manual llevo en la práctica a una significativa identificación entre trabajo y esclavitud. Trabajar era lo propio de los esclavos hasta el punto de que se ha podido afirmar que en la antigüedad,  el gran núcleo de las relaciones laborales se verificó a través de la institución jurídica de la esclavitud. La formalización teórica de este planteamiento se encuentra principalmente en los griegos: Hesíodo, Platón y, sobre todo, Aristóteles. El trabajo forma parte de la tercera categoría, lo que significa que es una actividad transitiva e imperfecta, es decir, que tiene su fin fuera de ella misma  y, por tanto un valor instrumental. Vale solo y en la medida en que sirve  para conseguir un objetivo determinado. El esclavo es un mero instrumento del amo por lo que resulta lógico que realice las tareas instrumentales dejando libre al amo (el hombre libre) para las actividades específicamente humanas: la contemplación intelectual y la política, fundamentalmente. Aristóteles es muy claro en este sentido y afirma sin ambages, que si la naturaleza no hubiese querido que hubiera esclavos habría hecho que las lanzaderas funcionasen solas.



B)   El Medievo y los primeros siglos de cristianismo.
El cristianismo supuso una revolución en este planteamiento, por muchos motivos. En primer lugar y, ante todo porque Jesucristo fue un trabajador manual, lo cual añadía una contradicción más a las muchas que suponía el cristianismo para la mentalidad antigua. El que se presentaba como Salvador del mundo se había dedicado precisamente a los trabajos que los grandes de ese mundo despreciaban. A medida que el cristianismo se fue imponiendo, comenzó a surgir una concepción muy diversa del trabajo. Dejo de ser considerada como algo inferior convirtiéndose, en algo que todos debían realizar. El  trabajo encontró un nuevo sentido y valor al integrarse en la dimensión religiosa propia del cristianismo. Mediante el esfuerzo y los sacrificios que impone todo trabajo, el hombre puede purificarse, liberarse de las culpas y unirse a los sufrimientos de Cristo colaborando así en una actividad redentora y liberadora, en la epopeya cristiana de salvación de la humanidad. El trabajo, es cierto, oprime y es una carga pesada, pero esa carga se puede volver liberación si se adopta una actitud adecuada que lo integre en los misterios del cristianismo.
Este conjunto de factores constituyen los puntos clave de la revolución  cristiana sobre el trabajo, en palabra de E. Borne, el trabajo, al adquirir un valor religioso, entra en la vida humana, sirve para poner en una vida personal  valores de sacrificio y de desprendimiento. Pero junto a estos aspectos positivos, es inevitable observar que el cristianismo de la Edad Media no logro valorar el trabajo de modo pleno. La principal limitación consistió en no percatarse del valor del trabajo como obra, es decir, en no advertir el valor del trabajo por si mismo, sino solamente como medio para lograr otros objetivos.

El medievo, por tanto, mantuvo  -aunque ligeramente modificada- la tripartición aristotélica acerca de la acción humana y aquí se encuentra  su principal limitación en relación al trabajo. En la tripartición medieval, el primer puesto lo sigue detentando la contemplación aunque ahora, a diferencia de la griega, ya no es meramente intelectual, sino amorosa, es una contemplación religiosa de Dios que, en principio, está al alcance de cualquier cristiano aunque los religiosos puedan acceder más fácilmente a ella.

C)   La invención moderna del trabajo.
Este planteamiento cambia con la llegada de la modernidad, y lo hace con tal radicalidad que se ha llegado a hablar de la invención del trabajo o, de un modo más moderado, de la aparición de la moderna idea de trabajo. Las razones profundas de este cambio se encuadran en la transformación general que se produce en Occidente durante esos siglos, pero, si nos centramos específicamente en el trabajo, podemos indicar al menos las siguientes: las nuevas invenciones y los grandes descubrimientos, en especial  el de América, la formación de la ciencia moderna, la aparición del individuo y la Reforma protestante. Unzueta ha ilustrado con claridad la influencia de algunos de esos factores. Los grandes descubrimientos de ultramar lo transformaron todo: se amasaron inmensas fortunas, se desarrolló el comercio a gran escala, se produjeron modificaciones en la naturaleza del Estado, de la economía y de la sociedad y se sentaron las bases de la ciencia moderna. 
Este cambio de mentalidad impulso notablemente los descubrimientos e inventos científico-tecnológicos, así como un concepto de trabajo sustentado en esa idea de dominio, control y victoria sobre la naturaleza.
Este cambio de mentalidad se puede detectar en muchos autores pero, probablemente, los más significativos son Bacon y Descartes. Francis Bacon es el representante paradigmático del cambio de mentalidad en relación a la ciencia.
Ya no se trata de buscar la ciencia para contemplar las esencias, sino para dominar el mundo; la ciencia es poder.

Es fácil advertir como late en estos textos la nueva concepción del individuo propia del Humanismo, el giro antropocéntrico característico del Renacimiento. El hombre es cada vez más consciente de su poder, de su fuerza y de su creatividad y está decidido a explorar esas capacidades y llevarlas hasta sus últimas consecuencias. La reforma protestante, bajo el impulso de Lutero y Calvino, supuso una relativa mundanizacion de la Iglesia, y esta secularización tuvo un efecto similar al del descubrimiento del individuo, no como instrumentos para conseguir otros bienes. Max Weber, en su famosa obra La ética protestante y el espíritu  del capitalismo, ha estudiado con profundidad esta cuestión poniendo de relieve la aportación del protestantismo a una consideración positiva intrínseca del trabajo. Lo absolutamente nuevo era considerar que el más noble contenido de la propia conducta moral consistía justamente en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo.
Este complejo conjunto de factores el que da inicio a la concepción moderna del trabajo. El hombre mediante su trabajo y gracias a la técnica y a la ciencia, cada vez más poderosa y eficaces, comienza a ser capaz  de transformar el mundo, crear riqueza y modificar la realidad. El trabajo comienza a ser así algo importante y valioso, un elemento básico de la estructura social, un valor que las sociedades deben de cuidar, fomentar y preservar. Se considera generalmente a Adam Smith el punto de referencia de esta transformación y a su obra, investigación de la naturaleza y las causas de la riquezas de las naciones, la primera formulación explicita y consciente de esta nueva realidad.

D)   La sociedad del trabajo
La nueva visión del trabajo, sin embargo, tardó en imponerse hasta el punto de que, todavía en la Encyclopédie de Diderot y D’Alambert, el trabajo se define como la ocupación cotidiana a la que el hombre por necesidad está condenado y a la que debe su salud, su subsistencia, su serenidad, su  buen juicio y, quizá, su virtud. Solo en el siglo XIX se llegar a elaborar una concepción del trabajo similar a la actual.
El trabajo se convierte en una actividad personal creadora, en un medio para el desarrollo de la libertad individual y en la actividad clave para la autorrealización de la persona. Alcanza así su momento de mayor esplendor. Es glorificado públicamente y se configura como la estructura social esencial dando lugar a lo que se ha llamado las sociedades del trabajo.
Se habla de la sociedad del trabajo porque esta actividad ha llegado a tener tanta importancia que constituye el núcleo  esencial en torno al cual se articula y constituye la trama colectiva. Más en concreto, esto supone al menos lo siguiente: 1) el trabajo permite el aprendizaje de la vida social y la constitución de las identidades; 2) es la medida de los intercambios sociales. 3) permite a todo el mundo tener una utilidad social  y 4) es un ámbito de encuentros y de cooperación diferente de los ámbitos no públicos como la familia o la pareja.
En el mundo actual, flexible y globalizado, se impone cada vez más un trabajo a corto plazo, sin claras referencias organizativas, extremadamente flexible, etc., los retos económicos, repercute gravemente sobre el trabajador porque le impone un  grado de ductilidad interior y de desarraigo que solo pocas personas pueden adoptar sin que afecte a su carácter, a su estabilidad interior y a su vida familiar.

2) EL TRABAJO COMO ACCIÓN.
El análisis histórico que acabamos de realizar nos ha permitido introducirnos en la poliédrica realidad  del trabajo y también nos ha proporcionado algunas claves para elaborar un análisis filosófico detallado. El trabajo aparece fundamentalmente como un tipo específico de acción que no puede catalogarse según la tripartición clásica porque quedaría automáticamente incluido en la categoría del hacer y reducido, por tanto, a una mera actividad transitiva e instrumental. Pero, como la historia del concepto del trabajo nos ha mostrado con claridad, este planteamiento es insuficiente y erróneo.
Debemos considerarlo una actividad que realiza toda persona y que afecta a toda la persona, no solo a alguna de sus facultades o dimensiones. En el trabajo, el hombre se involucra de manera plena; no solo mira hacia el exterior, hacia la obra o el producto, sino que mira también hacia al interior, hacia si mismo. El trabajo-cada día lo contemplamos de manera más palmaria- deja una marca profundísima en el mundo pero también deja una marca profunda en el hombre. Y la manera adecuada para poder analizar este hecho es, aplicar la distinción entre el aspecto subjetivo y objetivo de la acción al hecho concreto de trabajar.
A)   La dimensión objetiva
La dimensión objetiva del trabajo refleja básicamente su carácter productivo y transitivo, lo que incluye no solo los posibles resultados materiales (productos, bienes) sino también los culturales. La dimensión objetiva incluye, todo aquello que el trabajo crea y objetiva fuera del interior de la persona.
El trabajo en primer lugar transforma el mundo gracias a la técnica y a su forma más moderna: la tecnología. El hombre despliega de manera fascinante y poderosa una capacidad inmensa de humanización, transformación y dominio del mundo que conlleva, como contrapartida una capacidad similar de destrucción y aniquilación.
Una segunda dimensión objetiva del trabajo es su capacidad de producción de riqueza y bienestarque se ha ido multiplicando (también gracias a la técnica) con el  paso de los siglos y que actualmente alcance límites antiguamente insospechados. Esta su capacidad de configuración social. El trabajo nos solo es importante para la sociedad por los bienes que produce, sino que es el elemento principal en torno al cual se constituye la sociedad y las personas se posicionan unas en relación a otras.

B)   La dimensión subjetiva
La dimensión subjetiva del trabajo surge del carácter autorreferencial que tienen todas las acciones. Toda acción, por el hecho de ser libre, revierte necesariamente sobre el sujeto que la realiza, y por lo tanto, también ocurre esto en el trabajo. Al trabajar, el hombre no solo modifica la naturaleza o la sociedad, sino que modifica a sí mismo. El trabajo es un bien del hombre –es un bien de su humanidad- porque mediante el trabajo el hombre no transforma solo la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre y, en un cierto sentido, se hace más hombre.

¿De qué modos específicos el hombre se realiza a si mismo mediante el trabajo? El análisis histórico también nos da alguna información al respecto. El descubrimiento de los siglos XIX y XX: el trabajo como ejercicio de libertad y de creatividad, como medio de autorrealización. Al producir y al crear, el hombre se autorrealiza porque despliegay ejecuta sus posibilidades y sus capacidades. el trabajo presenta dimensiones morales y de forja de la personalidad, el hombre forja su carácter, desarrolla virtudes y aptitudes específicas, aprende a convivir y a cooperar con los demás, contribuye al bienestar de la sociedad. Un trabajo bien realizado contribuye, por tanto, a la segunda dimensión por la que la persona se autorrealiza a través de la libertad: la ética.
Por último y para concluir, daremos dos indicaciones sobre la realización entre la dimensión subjetiva y objetiva del trabajo. La primera consiste en afirmar la primacía de la dimensión subjetiva sobre la objetiva que, fundamentalmente, es un correlato de la primacía del hombre sobre sus obras. Por muy importantes y asombrosas que puedan ser las objetivaciones que adopta el trabajo, el sujeto del que surgen y que las ha llevado a cabo es siempre más importante.





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